Ulises ─el mortal de los múltiples senderos─ y sus argonautas navegaron por el mar (la vida) durante un largo periodo enfrentándose con astucia y valentía a numerosos peligros. Su historia fue la del regreso a su hogar Ítaca, la pequeña isla griega que se ha convertido en la metáfora del lugar (utópico) donde todos nuestros deseos se hacen realidad (aunque luego nos arrepintamos miserablemente). Es la meta, el fin, el destino. Kavafis lo ve claro: pide que ese viaje sea largo. Lo importante, pues, no es el destino sino el navegar, el errar, el deambular por los mares entre peligros. Ítaca no tiene nada que darte.
Lo dicho, Ulises navegó por el mare nostrum (el universo conocido) durante años llegando hasta la Magna Grecia. Y allí se vió obligado a pasar por el peligroso estrecho de Mesina que separa la península itálica de la isla de Sicilia. En la punta de la bota habitaba Escila, peligroso monstruo marino cdeon torso de mujer y cola de pez y del otro lado, en la isla, habitaba otro monstruo marino, Caribdis, que succionaba agua en un remolino fatal para los barcos.
Pasar por el estrecho ─que se cubría con el tiro de una flecha─ representaba pasar entre Escila y Caribdis; de manera que si tratabas de alejarte de un peligro caías en el otro. Por eso se debía buscar el entre, el compromiso entre los dos peligros, calcular muy bien. Y en la vida básicamente se trata de esto, de buscar el entre. No existe la lógica binaria, reduccionista, que niega al tercero, siempre existen la transición, la trivalencia, es estar entre güelfos y gibelinos.
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