Augusto de Prima Porta, estatua de César Augusto en el Museo Chiaramonti de la Ciudad del Vaticano. |
Casi siempre cuesta acabar, terminar, rematar la faena. Es --según dicen-- uno de los motivos o de las excusas que ponen los procrastinadores.
Poner punto final a una obra, el éxcipit, es difícil, es delimitar la ficción, poner ese límite entre lo que es y lo que no. Tarea complicada y ardua.
La cuestión de los límites, de las definiciones y las indefiniciones son complejas. Existen esas zonas ambiguas, esos lindes, esos entres, esas transiciones, de las que ya hemos hablado.
Pues bien, los dramaturgos romanos advertían al público de que la obra había concluido, que hasta ese momento había durado el espectáculo, que la obra había acabado. Remataban la función con la «acta est fabula», una traducción literal sería la de «esta fue la historia o la fábula», una más libre «se acabó la función».
Hasta cierto punto es de agradecer que te avisen cuando a acabado la ficción, hoy en día incluso podemos decir que es muy conveniente porque realidad y ficción se entremezclan de forma indistingible.
Otro, César Augusto, hijo del que ya hemos hablado aquí profusamente, Julio César; también dotado de cierta genialidad en su lecho de muerte pronunció la frase acta est fabula, plaudite. Cuenta Tiberio, presente junto con la esposa del César --Livia-- en el lecho de su muerte, que les preguntó si había interpretado bien su papel en la función y como la función ya se había acabado les pidió que aplaudieran.
La vida como teatro fue introducida por el estoico Epícteto recuperado en el Renacimiento con la idea de theatrum mundi. Y, como no, Calderón de la Barca y su obra El gran teatro del mundo. Venimos al mundo, que es una obra de teatro y nos asignan un papel, nuestro destino, lo único que cabe es interpretarlo de la mejor manera posible y con dignidad.
Pero me temo que por mucho que se anuncie el final, vamos a ver repeticiones de la historia y tener mucho la sensación de deja-vu.
Otro, César Augusto, hijo del que ya hemos hablado aquí profusamente, Julio César; también dotado de cierta genialidad en su lecho de muerte pronunció la frase acta est fabula, plaudite. Cuenta Tiberio, presente junto con la esposa del César --Livia-- en el lecho de su muerte, que les preguntó si había interpretado bien su papel en la función y como la función ya se había acabado les pidió que aplaudieran.
La vida como teatro fue introducida por el estoico Epícteto recuperado en el Renacimiento con la idea de theatrum mundi. Y, como no, Calderón de la Barca y su obra El gran teatro del mundo. Venimos al mundo, que es una obra de teatro y nos asignan un papel, nuestro destino, lo único que cabe es interpretarlo de la mejor manera posible y con dignidad.
Pero me temo que por mucho que se anuncie el final, vamos a ver repeticiones de la historia y tener mucho la sensación de deja-vu.
No hay comentarios:
Publicar un comentario