A los seres humanos nos gusta cambiar los nombres, nos cansa utilizar siempre los mismos o nos gusta enviar mensajes solo para los entendidos. Es una de las funciones de la literatura, del arte. Al cambiar los nombres de las cosas ─con fines, como hemos dicho en ocasiones, espurios─ técnicamente se le denomina metonimia.
Etimológicamente proviene ─como casi siempre─ del griego μετωνυμία, metōnymía. Es una palabra compuesta por metá la famosa preposición que significa «después de», pero también cambio o el efecto que resulta de un cambio y onymía, nombre. Es decir, con el nombre cambiado.
Esta figura retórica se utiliza mucho y habitualmente. Existen muchos tipos de metonimia, pero siempre el nuevo nombre guarda algún tipo de relación con el que sustituye. Por ejemplo, sustituir el contenido por el contiente: se tomo tres copas por se bebió el contenido de tres copas; o un concepto abstracto por su ubicación territorial: Bruselas, por el gobierno de la Unión Europea. O una causa por su efecto: le hizo daño el Sol, por le hizo daño las radiaciones generadas por el Sol.
Pero de todas las metonímias, la que me interesa especialmente es la que se denomina sinécdoque (etimológicamente, recibir conjuntamente, a la vez), que consiste en nombrar al todo por una parte «pidió su cabeza» por pidió su muerte (y no literalmente como Herodes) o al revés, nombra una parte por el todo, «llegó la policía» por llego una patrulla de la policía.
La partes y el todo están relacionadas y de algún modo este tema se manifiesta en el lenguaje ya Platón habló de un concepto filosófico parecido que entrelaza, que une las partes con el todo, la symploké.
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